El Arte De La Integridad Espiritual, por Dr. Dennis Merrit Jones
Surge el Ser perfecto, sagrado
¿Por qué separar tu vida espiritual y tu vida práctica?
Para un ser íntegro no hay tal distinción.
Lao Tzu
Probablemente no ha habido nunca una época en la historia moderna en que el tópico de la integridad haya sido más provocativo, o que lo hayamos enfrentado más colectivamente. Aún las noticias de la noche nos ofrecen oportunidades amplias de atestiguar la falta de integridad aparente (según nuestro propio criterio) que se haya cometido realmente. La pregunta es, ¿estamos dispuestos a personalizar este debate, examinar nuestras propias vidas y dar testimonio del papel que juega la integridad en nuestros asuntos diarios?
La mayoría de nosotros pensaremos, “Yo soy una persona honesta – me comporto con integridad.” Quizá el lugar para empezar esta conversación es definir la integridad. Esta palabra significa, “combinar una cosa con otra de tal forma que se vuelvan un todo.” ¿Qué es lo que vamos a combinar en forma que podamos volvernos íntegros? Espiritualmente hablando, significa traer una conciencia de nuestra unidad con Dios (el Todo) a los muchos y diferentes aspectos de nuestras vidas. ¿Fácil, verdad? Continúa leyendo.
¿Te has descubierto alguna vez siendo una persona en casa, luego otra en la iglesia, otra en el trabajo y aún otra persona más mientras estás atorado en un congestionamiento de tráfico? Esto no significa que tus valores principales estén cambiando – quiere decir que estás pasando por un momento de “amnesia espiritual.”
Como resultado, hay una inconsistencia en tu conducta. Tus palabras, tus hechos, tus acciones pueden cambiar según dónde te encuentres y con quién estés. Mientras que podemos creernos personas de gran integridad, cuando nos descubrimos siendo personas diferentes a veces de acuerdo con el “dónde, cuándo y quién” del momento, veremos que la verdad es que estamos faltando a la integridad frente a la única persona que importa más: el yo mismo. Según Erich Fromm, “Integridad significa no violar nuestra propia identidad.”
La práctica de toda una vida
Vivir una vida completa es vivir con integridad, permitir que nuestra unidad con la totalidad de Dios se derrame igualmente sobre cada parte de nuestras vidas. Cuando percibimos una falta de plenitud, lo que realmente experimentamos es una conexión incongruente (amnesia espiritual) con el Ser sagrado. Concretando, estamos viviendo una vida quebrada, sin comprender (o recordar) lo que existe en el centro de nuestro ser.
Mientras que podemos ser definidos por las muchas etiquetas que usamos – nuestro nombre, género, edad, título profesional, estado civil, personalidad, etc. – lo que somos es un ser singular, sagrado, un punto individualizado de la omnipresencia de Dios – el Ser – viviendo en una piel humana.
La cita anterior de Lao Tzu es una invitación a considerar el poder de vivir una vida completamente integrada espiritual, mental y físicamente, las 24 horas del día. Cuando esto sucede consciente y perfectamente, el quién de cada uno se funde con el qué de cada uno (con lo que somos). En otras palabras, no hay parte de nuestras vidas – ningún lugar o tiempo – donde o cuando el Ser sagrado no esté presente; es cuestión de despertar a Su presencia – y permanecer despierto.
Darnos cuenta de esta realidad puede ser una experiencia que altere nuestra vida porque según nos veamos y cómo nos veamos nosotros mismos nuestro mundo cambia para siempre. En ese momento sagrado, despertamos al hecho de que estamos viviendo una vida íntegra – una vida de integridad espiritual. Una vez que nos alineamos con el Ser sagrado, y hacemos honor a Su presencia, Este se vuelve integrado, tocando impecablemente cada aspecto de nuestras vidas. No es exageración decir que el Ser va con nosotros dondequiera que vayamos.
Si somos conscientes, este conocimiento altera inmensamente nuestra conducta. Cuando estamos agudamente conscientes de la presencia del Ser, Este nos sostiene, nos cuida, nos protege y nos guía en todo lo que elijamos. La historia a continuación ilustra este punto:
Una noche, un maestro viejo y sabio llevó a sus estudiantes al pueblo, diciéndoles, “Soy viejo e indefenso y no tengo dinero. Váyanse y sigan a la gente que camine sola por las calles, y cuando nadie los vea, llévenlos a una esquina obscura y quítenle su dinero. No les hagan daño pero tráiganme el dinero.” Todos los estudiantes estuvieron de acuerdo de inmediato, excepto uno que respondió, “Pero maestro, no hay un sólo momento en que nadie me vea porque mi Ser siempre está obsevando lo que hago.” Con esto, el maestro exclamó con alegría, “¡Por fin, hay uno entre nosotros que conoce la verdad acerca de sí mismo! Que esta sea una lección por la cual vivan toda su vida.”
Mientras que el origen de esa parábola es incierto, aclara completamente que una de las más grandes bendiciones (y retos) de caminar por un sendero integrado espiritualmente es la oportunidad continua que se nos presenta cada día para examinar quién y qué creemos que somos y, por lo tanto, cual es nuestra verdad en el mundo.
Viviendo con integridad espiritual
Cada uno de los estudiantes en la historia anterior representa un aspecto diferente de nuestro ser: El elemento humano (egoista) quería seguir ciegamente con un plan que resultaría en ganancia, inclusive ganar la aprobación de otros, sin pensar en la realidad espiritual de cómo nos afectaría la acción – a nosotros y a los demás.
El joven estudiante que retó las instrucciones del maestro es simbólico de nuestra parte auto consciente que sabe quién y qué somos realmente: seres espirituales atravesando el terreno de la condición humana.
La fusión de quién somos con el qué somos es tan sutil, tan perfecta, que requiere que vivamos conscientemente en un continuum sagrado – en estado profundizado de conciencia de nuestra unidad con el Amado, sabiendo que dentro de nosotros reside un testigo silencioso (el sagrado Ser) que existe en la quietud absoluta –- y nada más. Quizá es por esto que los místicos han enseñado desde hace mucho la importancia de guardar silencio para comunicarnos mejor con el Amado.
El sagrado Ser, envuelto en serenidad, siempre está cuidándonos con ecuanimidad, observando nuestros pensamientos, hechos y acciones pero nunca condenándolos. Su único trabajo es observar y reportarnos imparcialmente lo que ve, dejando que todo juicio lo hagamos nosotros. Si nosotros escuchamos y somos receptivos a Su guía, el Ser sagrado siempre nos realínea gentilmente con nuestra integridad innata.
Algunas personas podrían pensar en este proceso interno simplemente como una función de nuestra conciencia pero es mucho más que eso. Cuando integramos nuestras acciones con el discernimiento divino, engendramos un sentimiento de sociedad con algo mucho más grande, mucho más grande que nosotros mismos – que nos alinea con eso que es infinitamente perfecto, con eso en que podemos confiar mañana, día y noche.
En su libro clásico “La Ciencia de la Mente,” el Dr. Ernest Holes hace eco elocuentemente a este sentimiento:
La integridad del universo no puede cuestionarse ni dudarse. El Espíritu debe ser, como es, perfecto… Cuando no estamos en armonía con algún bien especial, se debe a que estamos fuera de esa línea de actividad del Espíritu.
Yo entiendo lo que Holmes está diciendo como cuando nos alineamos con la actividad perfecta del Espíritu, y nuestras vidas se vuelven armoniosas, equilibradas e íntegras. Al vivir con integriad espiritual, nuestras vidas se vuelven total y transparentemente visibles desde adentro hacia afuera. Adentrarnos cuidadosamente y atestiguar la correlación entre nuestra conciencia de la presencia del Ser sagrado y Su manifestación en cada aspecto de nuestros asuntos diarios requiere un compromiso profundo.
Metafóricamente hablando, esto significa que se nos llama a que esencialmente seamos la misma persona el Sábado en la noche cuando salimos a pasear como somos el Domingo en la mañana en la iglesia. Vivir de esta manera significa que nuestras palabras, hechos y acciones externas reflejan consistentemente el quién y el qué sabemos interiormente que somos. Esta es la práctica de vivir tan conscientemente que nuestras almas, cabezas, corazones, bocas y pies estén todos alineados y moviéndose en la misma dirección al mismo tiempo.
Vivir con verdadera integridad espiritual quiere decir incorporar un despertar consciente de la presencia sagrada del Ser en todo momento, no porque deberíamos o porque Dios nos está vigilando, sino porque podemos. Es una oportunidad constante para alinearnos a nuestra naturaleza espiritual — con el quién y qué somos realmente — y esa es una llamada elevada merecedora de nuestro respeto más grande y compromiso profundo.